Desde mis días de niñez, mi calamitosa vida estuvo signada por un calvario propio de una mártir y no por la vivencia sana y alegre que todo niño debe tener; a corta edad fui separada de la persona que se decía mi madre y enviada a un remoto Mar del Plata, donde crecí, en compañía de quien se titulaba mi hermano.
Ahí, también con el correr de los años, supe en carne propia lo que significaba la Violencia de Genero, y a los golpes comprendí que desde el púlpito del gobierno se predica una política de estado, que en la practica, no es la realidad que se ve en los despachos, a donde vas en pos de una ayuda. Ahí, te enfrentas con personas indolentes, que con una parca sonrisa, se ofrecen solícitamente a escuchar tu desgracia y muestran un rostro preocupado ante tu sufrimiento. Tiempo después, comprendes que la ayuda publicitada no existe, solo te consuelan para que te sientas bien y creas que te van ayudar, cuando la realidad es que para ellos, sos solo una estadística.
Sos un número, y tu problema, es solo la materia prima de una campaña, llena de anuncios banales que en nada solucionan la urticante vivencia de miles de mujeres, que en forma permanente son victimas de una agresión física y verbal que no cede.
En mi corta existencia, muchas denuncias he realizado por las agresiones recibidas, para solicitar esa protección tan pregonada, y nunca recibí nada.
Ningún fiscal, me dio las garantías y las medidas de prevención adecuadas para que mi cuerpo, no sufra mas golpes, mas amenazas.
Siempre cuando mi osamenta se llenaba de moretones, las autoridades me incitaban a que realizara la “denuncia correspondiente”.
Me canse de hacer denuncias, sin poder evitar que me siguieran golpeando; años, duro mi martirio hasta que comprendí, que para salvar mi vida y la de mis hijas debía abandonar Mar del Plata. Y así lo hice, en medio de la noche, solo con lo puesto, busque la libertad y seguridad, que allí no tenía.
Solamente acompañada por mis hijas, tuve que dormir en el suelo como los perros, y en una pequeña pieza viví mis primeros días en el gran Buenos Aires, solo ayudada por la caridad de algunos vecinos.
La ayuda social, representada por la asistente social, solo se limito a llenar esos formularios llenos de preguntas, que mas se parecen a un interrogatorio policial, que a una asistencia social. Y la promesa de ayuda, tan maravillosa en los labios de quien las dice, fueron solo eso; promesas. Nunca recibí nada, de quien por Ley o benevolencia tiene en sus manos la solución de los problemas sociales de los ciudadanos.
Y la desgracia nuevamente se ensaño con mi persona, amenazada por los vendedores de droga e intimidada por la policía, nuevamente salí a la calle con mis hijas para buscar salvación, sin nada, solo con lo puesto llegue a la Ciudad de Buenos Aires.
Donde ir, donde dormir, o comer, para una persona que nunca estuvo en lo que llaman “en situación de calle”, resulta por demás difícil.
Un alojamiento transitorio en un Centro de Inclusión Social, fue la solución mas rápida para mitigar mis penurias y tomar fuerzas.
Mas tarde, comprendimos que el Centro, es un lugar lleno de violencia, decidía, malos tratos, drogas, delincuencia; tolerado por las autoridades que tienen una particularidad en común, ellos nunca ven nada, nunca saben nada de lo que ocurre, en el mismo predio en el que cumplen, supuestamente tareas sociales.
A poco de llegar, la delincuencia que habita en el Centro, nos despojo de nuestras escasas pertenencias, la Coordinación del lugar nada sabía, y es que, por su forma común de trabajar,nunca saben nada.
Nuevamente las amenazas y los golpes, nos hicieron abandonar el Centro; conocí por primera vez en mi vida lo que es, no tener nada para comer, dormir en una vereda, en una plaza, y sentir con mis huesos el duro frio del cemento. Pude aguantar por el cariño de mis hijas, que me acompañaron en la emergencia.
Recorrí a diario diferentes oficinas destinadas a garantizar nuestros derechos constitucionales, todos los que me atendieron se compadecían de nuestra situación, pero la ayuda nunca se concreto.
Solo por la ayuda desinteresada de un ciudadano, pude conseguir un techo donde habitar con mis hijas, donde puedo descansar y respirar un aire de libertad.
Con tristeza, con el cuerpo lleno de dolencias, hipertensión, diabetes, asmática, infartada, operada de cáncer mamario, esperando una operación de columna, que tal vez me permita caminar sin tener que sufrir los dolores que me mantienen postrada, veo transcurrir la vida, y siento la bronca, la vergüenza, solo entendible por los desposeídos.
Mis hijas, que son también victimas, sufren en sus cuerpos y mentes las secuelas del abandono, del desamparo. Epilepsia, escoliosis, ansiedad postraumática, perdida de la capacidad de memoria, son los males que las afligen.
Pero todo ello, nunca importo a los que supuestamente garantizan los derechos del niño y nuestros derechos constitucionales; y de los funcionarios encargados de brindar una asistencia social, solo recibí promesas.
Ahora, solo sobrevivo con la Asignación Universal, que resulta escasa, pero antes que nada, es algo.
Hoy, pese a todas las promesas recibidas, no tengo para darles de comer a mi hijas; solo un plato de comida de un comedor, permite que no estemos en la categoría de famélicos.
Y cuando este fin de semana se conmemore el Día de la Mujer, con actos y festejos, yo voy a mirar a mis hijas, con toda la tristeza que albergo en mi alma, y solo podre decirles que aguanten, que el día lunes cuando abra el comedor, algo vamos a poder comer nuevamente.
Me rio amargamente de mi desgracia y una mueca asoma en mi cara, cuando escucho las voces de los que prometen asistencia social a quien menos tiene; al ver mis ollas y mi estomago vació, unas lagrimas silenciosas corren entre mis manos, recordando que esas promesas electorales ya las habia escuchado antes.
No se, si mi cuerpo soportara otra operación, pero antes de saberlo, tengo la necesidad de dar a conocer mi desgraciada vivencia. Mi identidad es una incógnita, al ser revelado por los que se decían mis hermanos, que no sabían de quien era hija, ni como había aparecido en la familia.
Fui a la CONADI, donde se labro un legajo, pero la investigación, la tengo que hacer por mi cuenta y en la situación que estoy, tal vez nunca sepa mi verdadera identidad.
Tal vez, si mi salud lo permite, escriba un libro donde narrar lo vivido, para dar testimonio vivo, de lo que realmente les ocurre a las mujeres victimas de Violencia de Genero, que es muy distante, de los rutilantes avisos de campaña.
Muchos lugares visite en busca de una ayuda, y puedo contar que en quince años, solo me dieron, tan solo, cinco cajas de leche.
Una trabajadora social, en su informe escribió: “solicito una ayuda urgente por la alarmante situación de vulnerabilidad en la que se encuentra”, quizás el que recibió la nota, aún este tratando de dilucidar, el significado de la palabra “urgente”.
Una empleada del Gobierno de la Ciudad de nombre Araceli, al negarme el subsidio habitacional, fríamente me dijo: a vos no te lo damos, porque cobras la Asignación Universal.
Una psicóloga del Gobierno de la Ciudad, de nombre Adriana, como ayuda, me ofreció disolver la familia, que yo fuera a un Centro de mujeres y mis hijas a un centro de menores. Quizás, ella entienda, que para solucionar un problema social, hay que cortar por lo sano y disolver a las familias.
La asesora de la Ministra Carolina Stanley, de nombre Sandra, en reunión pactada por la misma Ministra para solucionar mi problema, me despidió con un: “anda tranquila, que te llamamos”. Jamas me llamaron, ni me solucionaron problema alguno.
Un medico auditor del Hospital Argerich, se nego en forma terminante a suministrar la protesis necesaria para mi operación, aduciendo que yo no tenia domicilio en la Ciudad. Me tratan en ese Hospital, me van operar ahí, pero no te dan la protesis; pense que era un hospital publico, destinado a cubrir las necesidades medicas de todos los que pisan el suelo nacional. Solo gracias al Programa de Ayuda Directa de Nación, pude conseguir los materiales quirurgicos necesarios.
Como estas situaciones, tengo muchas mas, que reflejan crudamente el frio cinismo de quienes ostentan un poder gubernamental dado por la sociedad para resolver estas y otras problemáticas que nos afligen; pero que cuando están detrás de un escritorio se olvidan de todos.
De no haberse implementado la Asignación Universal, no me imagino que tan cruel puedo haber sido mi vida, por eso estoy infinitamente agradecida de nuestra Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, y me reconozco peronista kirchnerista.
Y quizás, por mi pertenencia política, me paso en la Ciudad Autónoma, todo lo que me paso, y atesoro las secuelas de un infarto, como mudo recuerdo de la “asistencia social” brindada por el Gobierno de la Ciudad, y de mi lucha por recuperar la dignidad de persona, violentada tantas veces en el denominado Centro de Inclusión Social, mas proclive a ser llamado “centro de torturas psicologicas”.
Si, por esas casualidades que tiene la vida, lees esta crónica corta de mi vida, y querés saber más, te lo puedo contar en persona, solo llamame. Ahora cuando se conmemore el Día de la Mujer, y muchos se alegren al festejar, yo estaré con mis hijas mirando la olla vacia que espera la llegada del lunes, para ver, si podemos con suerte, comer de esa caridad comunitaria.
Mis hijas, por primera vez en la vida conocen lo que es el hambre, y sinceramente no se lo deseo a nadie.
Una soledad social se apodera de tu ser, conoces en primera persona la frialdad y cinismo de las personas que ostentan un lugar detrás de un escritorio, desde donde, en lugar de aplicar una contención social diagramada gubernamentalmente, utilizan criterios personales para decidir a quienes ayudan y a quien no.
Ya estoy cansada de las promesas, del llenado de formularios, de dar datos, de agregar fotocopias, de contar a funcionarios desconocidos mi vida, mis problemas, mi situación social, sin que una ayuda real o concreta se materialice.
Muchas leyes, muchos derechos constitucionales, muchos organismos dedicados a la protección de tus derechos, pero mis hijas no entienden todo eso, ellas esperan comer, y yo no puedo darles ni siquiera un pan.
Vivo en Argentina, llamada alguna vez, el granero del mundo, pero yo no tengo ni una espiga de trigo.
8 de Marzo, Día de la Mujer, en el cual no tengo nada que conmemorar, solo llorar por mi desgracia.
Paola Noemi Morales
Sobreviviente de Violencia de Genero
DNI.28.684.818
15 2346 1148
Ahí, también con el correr de los años, supe en carne propia lo que significaba la Violencia de Genero, y a los golpes comprendí que desde el púlpito del gobierno se predica una política de estado, que en la practica, no es la realidad que se ve en los despachos, a donde vas en pos de una ayuda. Ahí, te enfrentas con personas indolentes, que con una parca sonrisa, se ofrecen solícitamente a escuchar tu desgracia y muestran un rostro preocupado ante tu sufrimiento. Tiempo después, comprendes que la ayuda publicitada no existe, solo te consuelan para que te sientas bien y creas que te van ayudar, cuando la realidad es que para ellos, sos solo una estadística.
Sos un número, y tu problema, es solo la materia prima de una campaña, llena de anuncios banales que en nada solucionan la urticante vivencia de miles de mujeres, que en forma permanente son victimas de una agresión física y verbal que no cede.
En mi corta existencia, muchas denuncias he realizado por las agresiones recibidas, para solicitar esa protección tan pregonada, y nunca recibí nada.
Ningún fiscal, me dio las garantías y las medidas de prevención adecuadas para que mi cuerpo, no sufra mas golpes, mas amenazas.
Siempre cuando mi osamenta se llenaba de moretones, las autoridades me incitaban a que realizara la “denuncia correspondiente”.
Me canse de hacer denuncias, sin poder evitar que me siguieran golpeando; años, duro mi martirio hasta que comprendí, que para salvar mi vida y la de mis hijas debía abandonar Mar del Plata. Y así lo hice, en medio de la noche, solo con lo puesto, busque la libertad y seguridad, que allí no tenía.
Solamente acompañada por mis hijas, tuve que dormir en el suelo como los perros, y en una pequeña pieza viví mis primeros días en el gran Buenos Aires, solo ayudada por la caridad de algunos vecinos.
La ayuda social, representada por la asistente social, solo se limito a llenar esos formularios llenos de preguntas, que mas se parecen a un interrogatorio policial, que a una asistencia social. Y la promesa de ayuda, tan maravillosa en los labios de quien las dice, fueron solo eso; promesas. Nunca recibí nada, de quien por Ley o benevolencia tiene en sus manos la solución de los problemas sociales de los ciudadanos.
Y la desgracia nuevamente se ensaño con mi persona, amenazada por los vendedores de droga e intimidada por la policía, nuevamente salí a la calle con mis hijas para buscar salvación, sin nada, solo con lo puesto llegue a la Ciudad de Buenos Aires.
Donde ir, donde dormir, o comer, para una persona que nunca estuvo en lo que llaman “en situación de calle”, resulta por demás difícil.
Un alojamiento transitorio en un Centro de Inclusión Social, fue la solución mas rápida para mitigar mis penurias y tomar fuerzas.
Mas tarde, comprendimos que el Centro, es un lugar lleno de violencia, decidía, malos tratos, drogas, delincuencia; tolerado por las autoridades que tienen una particularidad en común, ellos nunca ven nada, nunca saben nada de lo que ocurre, en el mismo predio en el que cumplen, supuestamente tareas sociales.
A poco de llegar, la delincuencia que habita en el Centro, nos despojo de nuestras escasas pertenencias, la Coordinación del lugar nada sabía, y es que, por su forma común de trabajar,nunca saben nada.
Nuevamente las amenazas y los golpes, nos hicieron abandonar el Centro; conocí por primera vez en mi vida lo que es, no tener nada para comer, dormir en una vereda, en una plaza, y sentir con mis huesos el duro frio del cemento. Pude aguantar por el cariño de mis hijas, que me acompañaron en la emergencia.
Recorrí a diario diferentes oficinas destinadas a garantizar nuestros derechos constitucionales, todos los que me atendieron se compadecían de nuestra situación, pero la ayuda nunca se concreto.
Solo por la ayuda desinteresada de un ciudadano, pude conseguir un techo donde habitar con mis hijas, donde puedo descansar y respirar un aire de libertad.
Con tristeza, con el cuerpo lleno de dolencias, hipertensión, diabetes, asmática, infartada, operada de cáncer mamario, esperando una operación de columna, que tal vez me permita caminar sin tener que sufrir los dolores que me mantienen postrada, veo transcurrir la vida, y siento la bronca, la vergüenza, solo entendible por los desposeídos.
Mis hijas, que son también victimas, sufren en sus cuerpos y mentes las secuelas del abandono, del desamparo. Epilepsia, escoliosis, ansiedad postraumática, perdida de la capacidad de memoria, son los males que las afligen.
Pero todo ello, nunca importo a los que supuestamente garantizan los derechos del niño y nuestros derechos constitucionales; y de los funcionarios encargados de brindar una asistencia social, solo recibí promesas.
Ahora, solo sobrevivo con la Asignación Universal, que resulta escasa, pero antes que nada, es algo.
Hoy, pese a todas las promesas recibidas, no tengo para darles de comer a mi hijas; solo un plato de comida de un comedor, permite que no estemos en la categoría de famélicos.
Y cuando este fin de semana se conmemore el Día de la Mujer, con actos y festejos, yo voy a mirar a mis hijas, con toda la tristeza que albergo en mi alma, y solo podre decirles que aguanten, que el día lunes cuando abra el comedor, algo vamos a poder comer nuevamente.
Me rio amargamente de mi desgracia y una mueca asoma en mi cara, cuando escucho las voces de los que prometen asistencia social a quien menos tiene; al ver mis ollas y mi estomago vació, unas lagrimas silenciosas corren entre mis manos, recordando que esas promesas electorales ya las habia escuchado antes.
No se, si mi cuerpo soportara otra operación, pero antes de saberlo, tengo la necesidad de dar a conocer mi desgraciada vivencia. Mi identidad es una incógnita, al ser revelado por los que se decían mis hermanos, que no sabían de quien era hija, ni como había aparecido en la familia.
Fui a la CONADI, donde se labro un legajo, pero la investigación, la tengo que hacer por mi cuenta y en la situación que estoy, tal vez nunca sepa mi verdadera identidad.
Tal vez, si mi salud lo permite, escriba un libro donde narrar lo vivido, para dar testimonio vivo, de lo que realmente les ocurre a las mujeres victimas de Violencia de Genero, que es muy distante, de los rutilantes avisos de campaña.
Muchos lugares visite en busca de una ayuda, y puedo contar que en quince años, solo me dieron, tan solo, cinco cajas de leche.
Una trabajadora social, en su informe escribió: “solicito una ayuda urgente por la alarmante situación de vulnerabilidad en la que se encuentra”, quizás el que recibió la nota, aún este tratando de dilucidar, el significado de la palabra “urgente”.
Una empleada del Gobierno de la Ciudad de nombre Araceli, al negarme el subsidio habitacional, fríamente me dijo: a vos no te lo damos, porque cobras la Asignación Universal.
Una psicóloga del Gobierno de la Ciudad, de nombre Adriana, como ayuda, me ofreció disolver la familia, que yo fuera a un Centro de mujeres y mis hijas a un centro de menores. Quizás, ella entienda, que para solucionar un problema social, hay que cortar por lo sano y disolver a las familias.
La asesora de la Ministra Carolina Stanley, de nombre Sandra, en reunión pactada por la misma Ministra para solucionar mi problema, me despidió con un: “anda tranquila, que te llamamos”. Jamas me llamaron, ni me solucionaron problema alguno.
Un medico auditor del Hospital Argerich, se nego en forma terminante a suministrar la protesis necesaria para mi operación, aduciendo que yo no tenia domicilio en la Ciudad. Me tratan en ese Hospital, me van operar ahí, pero no te dan la protesis; pense que era un hospital publico, destinado a cubrir las necesidades medicas de todos los que pisan el suelo nacional. Solo gracias al Programa de Ayuda Directa de Nación, pude conseguir los materiales quirurgicos necesarios.
Como estas situaciones, tengo muchas mas, que reflejan crudamente el frio cinismo de quienes ostentan un poder gubernamental dado por la sociedad para resolver estas y otras problemáticas que nos afligen; pero que cuando están detrás de un escritorio se olvidan de todos.
De no haberse implementado la Asignación Universal, no me imagino que tan cruel puedo haber sido mi vida, por eso estoy infinitamente agradecida de nuestra Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, y me reconozco peronista kirchnerista.
Y quizás, por mi pertenencia política, me paso en la Ciudad Autónoma, todo lo que me paso, y atesoro las secuelas de un infarto, como mudo recuerdo de la “asistencia social” brindada por el Gobierno de la Ciudad, y de mi lucha por recuperar la dignidad de persona, violentada tantas veces en el denominado Centro de Inclusión Social, mas proclive a ser llamado “centro de torturas psicologicas”.
Si, por esas casualidades que tiene la vida, lees esta crónica corta de mi vida, y querés saber más, te lo puedo contar en persona, solo llamame. Ahora cuando se conmemore el Día de la Mujer, y muchos se alegren al festejar, yo estaré con mis hijas mirando la olla vacia que espera la llegada del lunes, para ver, si podemos con suerte, comer de esa caridad comunitaria.
Mis hijas, por primera vez en la vida conocen lo que es el hambre, y sinceramente no se lo deseo a nadie.
Una soledad social se apodera de tu ser, conoces en primera persona la frialdad y cinismo de las personas que ostentan un lugar detrás de un escritorio, desde donde, en lugar de aplicar una contención social diagramada gubernamentalmente, utilizan criterios personales para decidir a quienes ayudan y a quien no.
Ya estoy cansada de las promesas, del llenado de formularios, de dar datos, de agregar fotocopias, de contar a funcionarios desconocidos mi vida, mis problemas, mi situación social, sin que una ayuda real o concreta se materialice.
Muchas leyes, muchos derechos constitucionales, muchos organismos dedicados a la protección de tus derechos, pero mis hijas no entienden todo eso, ellas esperan comer, y yo no puedo darles ni siquiera un pan.
Vivo en Argentina, llamada alguna vez, el granero del mundo, pero yo no tengo ni una espiga de trigo.
8 de Marzo, Día de la Mujer, en el cual no tengo nada que conmemorar, solo llorar por mi desgracia.
Paola Noemi Morales
Sobreviviente de Violencia de Genero
DNI.28.684.818
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