SOBREVIVIENDO UN FIN DE SEMANA
Sábado 7.
Sin nada para llenar el vientre inflamado por el agua que usamos a modo de alimento, nos propusimos levantarnos lo mas tarde posible para acortar el día.
Revisamos nuestras cosas, buscando afanosamente encontrar esa moneda perdida en algún momento. No tuvimos suerte.
Má, porque no te fijas si te queda algo en la tarjeta. Dijo Adriana, desde un rincón.
Un luz de esperanza, brillo en los ojos de todos los presentes.
Y bueno, era cuestión de probar.
Presurosa, me vestí. Me atiborre de analgésicos para poder caminar, tratando vanamente que los dolores provocados por mi columna, no me atormenten.
Llegamos a la parada del micro, sabía la que la SUBE, la había exprimido hasta dejarla vacía. Con mi caminar dificultoso, ascendí al micro.
Un chófer cansado, recibió el informe de mis exhaustas finanzas. Un gesto con su cabeza, fue el pasaporte para poder viajar.
Alegre y triste a la vez, llene mi corazón de esperanzas.
Tras unos diez minutos de viaje, que fueron eternos, llegue a destino. Camine hasta el mercado, mientras lo hacia, busque esa preciada tarjeta. Con un respiro de alivio, la encontré junto a un ticket que había olvidado. Mi corazón se sobresalto, tenía 66 pesos de saldo.
Apure el paso, ya no me importaba el dolor.
Llego al mercado con una sonrisa de satisfacción.
Rápidamente hago cuentas para calcular que puedo comprar : fideos, azúcar, un té, un arroz, es todo lo que puedo pagar.
Cruzo decidida la voraz caja, que deglute en su fauces numérica todo mi capital.
Me avergüenza mi pobreza, mi enfermedad, mi desamparo.
Llego a la estación de trenes. Un convoy se halla a punto de partir.
Nuevamente la clemencia de un guarda, permite encaminarme hasta mi refugio.
Al caer la tarde, traspaso el umbral donde transitan mis dolorosos días. Un grito de alegría, proferido por mis hijas al verme llegar, reflejan que no estoy sola.
Miro sus ojos llorosos. Me doy cuenta que tienen hambre y el tesoro alimentario que traigo, les recuerda que deben comer.
Roció, velozmente da parte de las exiguas existencias y de lo que se puede inventar para cenar.
Todos aprueban en silencio, la decisión tomada. Comemos juntos en la única habitación que tenemos. Tras ello, un sabroso té, sirve a modo de postre.
Escuchamos la radio, único elemento que nos mantiene en contacto con la fría sociedad que nos rodea.
Ya pasada la medianoche, nos sumergimos en un sueño que nos permite llegar al nuevo día, con renovadas esperanzas sobre la ayuda que no llega.
Me cuesta tomar mis medicinas, escasa de alimentos propiciosos para mi enfermedad, tengo miedo de que provoquen malos síntomas.
Me insisten y se enojan mis hijas, porque deje de cuidarme como debiera. Es que estoy muy cansada de tanto sufrimiento.
Domingo 8.
Nos levantamos pasadas las diez. Al no tener mucho que comer, ya nos acostumbramos a esa forma. Comer una sola vez en el día, permite conservar un poco mas las vituallas.
Y falta mucho para el día lunes.
La voz del locutor que emerge como un fantasma desde la radio, nos informa que cerca de nuestra casa, se lleva a cabo un almuerzo donde se agasajan a las mujeres en su Día.
Me rió de mi suerte.
El dolor de mi columna, me impide llegar al baño con normalidad. Maldigo al tener que pedir ayuda para caminar.
Pasado el medio día, los fideos son presa de nuestro apetito.
Degustando cada uno de ellos, logramos nuevamente mitigar el hambre que nos ataca.
El té, con su sabor maravilloso nos deja un placer en nuestros paladares.
Mis hijas, recordando la harina comprada, salen a caminar por el barrio. Al volver, siento sus risas de alegría.
Es que han encontrado una fuente de madera, para hacer el fuego.
Una elabora una masa, la que dirijo desde mi cama. Maldigo mi suerte, ya no puedo barrer, ni hacer fuerzas. Mis manos, otrora fuertes ya no me sirven para nada.
Las miro en silencio y me alegro por el empeño que demuestran para hacer las cosas.
Rocío, hizo el fuego, que aviva con la leña traída.
La masa hecha, se extiende bajo las manos de Melina, que a fuerza de una botella improvisada como palo de amasar, alarga la tortilla.
La parrilla, de manera paciente, espera nuestro pan a cocinar.
Una, tras otra, las tortillas, reciben el fuego que las cauteriza.
El olor que despiden, satisface nuestros corazones.
Las contamos. Tenemos nueve tortillas.
Rocío, por ser la hermana mayor, se encarga del racionamiento.
...Ahora, a la noche con un té, repartimos cinco, así tenemos cuatro para el desayuno de mañana. Dijo con aire superior. Nadie la contradijo.
Llego la noche y sin ayuda a la vista, dormimos con la esperanza aferradas a nuestras almohadas.
Mi dolores no me dejan dormir. Cierro los ojos, tratando de soñar que tal vez, alguna de las tantas promesas recibidas se haga realidad.
Comprimidos para la diabetes, para la hipertensión, calmantes, para poder digerir, son tantas, que a veces pierdo la cuenta de lo que debo tomar y cuando.
Me preocupa el mutismo, de todos los que habían recibido mi número telefónico, por lo que siento que mi vida no tiene ningún valor para nadie.
Miro a mis hijas que buscan dormir y cierro los míos para no ver la vergüenza de la pobreza en la que me encuentra sumida.
Y todavía, ...faltan muchas horas para el día lunes.
Paola Noemi Morales
DNI.28.684.818
15 2346 1148
Sábado 7.
Sin nada para llenar el vientre inflamado por el agua que usamos a modo de alimento, nos propusimos levantarnos lo mas tarde posible para acortar el día.
Revisamos nuestras cosas, buscando afanosamente encontrar esa moneda perdida en algún momento. No tuvimos suerte.
Má, porque no te fijas si te queda algo en la tarjeta. Dijo Adriana, desde un rincón.
Un luz de esperanza, brillo en los ojos de todos los presentes.
Y bueno, era cuestión de probar.
Presurosa, me vestí. Me atiborre de analgésicos para poder caminar, tratando vanamente que los dolores provocados por mi columna, no me atormenten.
Llegamos a la parada del micro, sabía la que la SUBE, la había exprimido hasta dejarla vacía. Con mi caminar dificultoso, ascendí al micro.
Un chófer cansado, recibió el informe de mis exhaustas finanzas. Un gesto con su cabeza, fue el pasaporte para poder viajar.
Alegre y triste a la vez, llene mi corazón de esperanzas.
Tras unos diez minutos de viaje, que fueron eternos, llegue a destino. Camine hasta el mercado, mientras lo hacia, busque esa preciada tarjeta. Con un respiro de alivio, la encontré junto a un ticket que había olvidado. Mi corazón se sobresalto, tenía 66 pesos de saldo.
Apure el paso, ya no me importaba el dolor.
Llego al mercado con una sonrisa de satisfacción.
Rápidamente hago cuentas para calcular que puedo comprar : fideos, azúcar, un té, un arroz, es todo lo que puedo pagar.
Cruzo decidida la voraz caja, que deglute en su fauces numérica todo mi capital.
Me avergüenza mi pobreza, mi enfermedad, mi desamparo.
Llego a la estación de trenes. Un convoy se halla a punto de partir.
Nuevamente la clemencia de un guarda, permite encaminarme hasta mi refugio.
Al caer la tarde, traspaso el umbral donde transitan mis dolorosos días. Un grito de alegría, proferido por mis hijas al verme llegar, reflejan que no estoy sola.
Miro sus ojos llorosos. Me doy cuenta que tienen hambre y el tesoro alimentario que traigo, les recuerda que deben comer.
Roció, velozmente da parte de las exiguas existencias y de lo que se puede inventar para cenar.
Todos aprueban en silencio, la decisión tomada. Comemos juntos en la única habitación que tenemos. Tras ello, un sabroso té, sirve a modo de postre.
Escuchamos la radio, único elemento que nos mantiene en contacto con la fría sociedad que nos rodea.
Ya pasada la medianoche, nos sumergimos en un sueño que nos permite llegar al nuevo día, con renovadas esperanzas sobre la ayuda que no llega.
Me cuesta tomar mis medicinas, escasa de alimentos propiciosos para mi enfermedad, tengo miedo de que provoquen malos síntomas.
Me insisten y se enojan mis hijas, porque deje de cuidarme como debiera. Es que estoy muy cansada de tanto sufrimiento.
Domingo 8.
Nos levantamos pasadas las diez. Al no tener mucho que comer, ya nos acostumbramos a esa forma. Comer una sola vez en el día, permite conservar un poco mas las vituallas.
Y falta mucho para el día lunes.
La voz del locutor que emerge como un fantasma desde la radio, nos informa que cerca de nuestra casa, se lleva a cabo un almuerzo donde se agasajan a las mujeres en su Día.
Me rió de mi suerte.
El dolor de mi columna, me impide llegar al baño con normalidad. Maldigo al tener que pedir ayuda para caminar.
Pasado el medio día, los fideos son presa de nuestro apetito.
Degustando cada uno de ellos, logramos nuevamente mitigar el hambre que nos ataca.
El té, con su sabor maravilloso nos deja un placer en nuestros paladares.
Mis hijas, recordando la harina comprada, salen a caminar por el barrio. Al volver, siento sus risas de alegría.
Es que han encontrado una fuente de madera, para hacer el fuego.
Una elabora una masa, la que dirijo desde mi cama. Maldigo mi suerte, ya no puedo barrer, ni hacer fuerzas. Mis manos, otrora fuertes ya no me sirven para nada.
Las miro en silencio y me alegro por el empeño que demuestran para hacer las cosas.
Rocío, hizo el fuego, que aviva con la leña traída.
La masa hecha, se extiende bajo las manos de Melina, que a fuerza de una botella improvisada como palo de amasar, alarga la tortilla.
La parrilla, de manera paciente, espera nuestro pan a cocinar.
Una, tras otra, las tortillas, reciben el fuego que las cauteriza.
El olor que despiden, satisface nuestros corazones.
Las contamos. Tenemos nueve tortillas.
Rocío, por ser la hermana mayor, se encarga del racionamiento.
...Ahora, a la noche con un té, repartimos cinco, así tenemos cuatro para el desayuno de mañana. Dijo con aire superior. Nadie la contradijo.
Llego la noche y sin ayuda a la vista, dormimos con la esperanza aferradas a nuestras almohadas.
Mi dolores no me dejan dormir. Cierro los ojos, tratando de soñar que tal vez, alguna de las tantas promesas recibidas se haga realidad.
Comprimidos para la diabetes, para la hipertensión, calmantes, para poder digerir, son tantas, que a veces pierdo la cuenta de lo que debo tomar y cuando.
Me preocupa el mutismo, de todos los que habían recibido mi número telefónico, por lo que siento que mi vida no tiene ningún valor para nadie.
Miro a mis hijas que buscan dormir y cierro los míos para no ver la vergüenza de la pobreza en la que me encuentra sumida.
Y todavía, ...faltan muchas horas para el día lunes.
Paola Noemi Morales
DNI.28.684.818
15 2346 1148
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