150º aniversario de la Catedral de Lomas de Zamora
El obispo diocesano, monseñor Jorge Lugones, presidió hace instantes una misa de acción de gracias, con motivo de los 150 años de la apertura y creación canónica como parroquia de la catedral Nuestra Señora de la Paz; por primera vez cientos de personas pudieron tocar la imagen de la Virgen, gracias a la estructura a modo de “pasarela” que se erigió.
La celebración -que contó con gran presencia de la Iglesia diocesana y de autoridades municipales- tuvo un momento particular, cuando se inhumaron en el templo los restos del primer obispo diocesano, monseñor Filemón Castellano, traídos de Córdoba para la ocasión; ahora la catedral tiene en su interior los restos de dos obispos; los otros son de monseñor Alejandro Schell, segundo obispo de la diócesis.
Homilía del Obispo
150º ANIVERSARIO DE LA ERECCIÓN CANÓNICA COMO PARROQUIA DE NUESTRA CATEDRAL BASÍLICA: ”NUESTRA SEÑORA DE LA PAZ”
(12 de octubre de 1865 - 12 de octubre de 2015)
Querida Comunidad Diocesana, peregrinos de otras diócesis, hermanas y hermanos:
Celebramos con alegría, con júbilo, este sesquicentenario de la Erección Canónica como Parroquia de Nuestra Catedral Basílica: Nuestra señora de la Paz. Damos gracias al Señor por su gran bondad. Para la Mayor Gloria de Dios.
La Iglesia pone en nuestros labios las palabras para alabar la bondad del Señor cuando, en el Gloria de la Misa, nos hace decir: “Te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor, por tu inmensa Gloria”.
Acción de Gracias por tantos años de engendrar y formar tantas generaciones de cristianos en nuestra Parroquia Madre. De ir consolidando y confirmando en la fe a tantos hermanos, a lo largo de la historia particular de los lomenses.
Dice San Ireneo que “la gloria de Dios es el viviente”: que el hombre viva. Imploramos al Señor de lo creado, que ha puesto al hombre como centro de toda la creación. “Como piedras vivas con las que se construye el templo espiritual” (1 Pe 1,2-5); y le damos gracias porque si bien hemos vivido dolorosos momentos como pueblo, acompañando la historia de la patria, también hemos crecido en nuestra conciencia solidaria y como discípulos para la misión.
“Para ser evangelizadores de alma -dice Francisco- también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente… La misión es una pasión por Jesús, pero al mismo tiempo, una pasión por su pueblo” (EG 268)
Todo acontecimiento que nos lleva a recordar nuestra historia y nuestras raíces como pueblo, tiene un contenido de enseñanza y de experiencia agradecida. Enseñanza para no repetir los errores, para saber mirar lo esencial y la experiencia que se puede convertir en sabiduría, es plena cuando se agradece, pues no sin la paternal Providencia de Dios podemos recordar, con gratitud, hoy este hito fundacional.
Poéticamente Monseñor Nicolás Lavolpe, pastor de esta diócesis, anudaba la vida y la fe de los primitivos lugareños que dejaron su simiente, cuando expresaba: “Antes que existieran las ciudades, los templos eran los que convocaban a la gente para agruparse. El altar exudó a la ciudad, así como desparrama células y engendra bosques una semilla”.
El lema elegido para esta celebración es: “Gracia, misericordia y paz: Juntos hacia una Iglesia abierta, solidaria y misionera”.
La Palabra de Dios, siempre antigua y siempre nueva, de la que han sido eco los parroquianos en este templo, hoy nos dice: “Dama elegida, Señora”. Así saluda Juan, a la comunidad de la cual no sabemos la ciudad, porque Elegida y Santa es la Iglesia, como son elegidos de Dios y santos los que la integran.
El apóstol expresa su deseo: “Reciban gracia, misericordia y paz de Dios Padre y de su Hijo Cristo Jesús, en verdad y amor”.
Me detengo en estas tres palabras de Juan: Gracia-Misericordia-Paz.
Decimos “Gracia”:
Gracia porque nos ha permitido que la “llena de Gracia” protegiera desde sus comienzos al “pueblo de la paz”, e intercediera ante su Hijo para alcanzarnos la paz fruto del Espíritu Santo, no solo para nuestro pueblo divido por la sangre derramada entre hermanos, sino también la paz a otros pueblos que sufrieron el azote de la guerra y vinieron a este templo, frente a esta imagen a implorar a Dios la paz, ante ¡la dolosa injusticia de la guerra!
Nuestra Parroquia Madre, erigida canónicamente hace ciento cincuenta años, tuvo desde sus comienzos que ponerse bajo el amparo de la Virgen y como ella frente a la cruz, junto a su Hijo, nos ayudó a abrazar el dolor, la postración y la humillación de pie: desde la designación del primer párroco, que cuenta la historia, que fue nombrado, pero no vino, hasta la dolorosa e inmediata postración física de su primer obispo, en plena juventud y con tanta tarea pastoral por delante y otros tuvieron que asumir con empeño el duro desafío misionero.
Nos recuerda el Papa: Recobremos y acrecentemos el fervor, “la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas… Y ojalá el mundo actual -que busca a veces con angustia, a veces con esperanza- pueda así recibir la Buena Nueva…” (EG 10)
El Evangelio de la Visitación que hemos escuchado nos presenta a María que, sin mirarse a si misma, sino atenta a las necesidades de los otros, va de camino inmediatamente a servir.
“Nuestra Señora de la prontitud”, Santa María Reina de la paz, llena de Gracia: alcánzanos del Señor el favor de ser una Iglesia misionera, que partamos el pan de la Palabra a todo hermano, especialmente, en las periferias geográficas de nuestros barrios verticales. Que de esta comunidad catedralicia se encienda la llama del anuncio, creativo, constante y confiado en la fuerza transformadora del Evangelio. Auxílianos en nuestro deseo de ser una Iglesia en salida: misionera, restaura nuestro cansancio, protégenos de todo peligro, especialmente el de la prepotencia, la comodidad y el mirarnos a nosotros mismos.
Misericordia
El papa Francisco en la bula de convocatoria al Jubileo (MV.2) nos dice: “Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados, no obstante, el límite de nuestro pecado”.
Misericordia ante las súplicas de tantas madres, con sus hijos en la miseria de las adicciones, víctimas de la trata de personas o de la violencia… sienten que el camino se hace cuesta arriba, como el del calvario y encima está la cruz de la soledad, de la indiferencia, del miedo, de las faltas de perdón.
Misericordia ante los anhelos de pastoral planificada de nuestra Iglesia diocesana. ¡Líbranos de la tentación de la autoreferencialidad, pues tampoco ella es extraña a la palabra de más, que divide, al individualismo que fragmenta, al derrotismo que agobia y a la exclusión que selecciona dentro del perímetro de sombra que proyecta el campanario.
Misericordia para nosotros, que lejos de las discriminaciones, del egoísmo y del aislamiento, podamos estar siempre del lado de los pobres y de la vida, en el punto donde nace, crece y muere. Misericordia en nuestras familias: que la tolerancia, el diálogo, el amor crucificado, la constancia y la ternura doméstica, hagan de ellas lugar privilegiado para construir una patria de hermanos: solícitos y comprometidos por el bien común.
Paz
Pidamos ser: “Artesanos del encuentro y constructores de la paz”. La paz es tarea de todos, pero se realiza “artesanalmente”, comenzando inmediatamente por cada uno de nosotros. La paz comienza por ti, se repite a menudo en los mensajes para la Jornada Mundial de la Paz; también el cuidado de la creación comienza por ti, y el encuentro con tu hermano empieza por ti.
Por eso ante “una sola y compleja crisis socio ambiental” (LS, 139), el cambio empieza por la responsabilidad de cada uno; sin una transformación en el corazón humano, no subsistirá ni la biosfera, ni el futuro del hombre. Hacerse artesanos del encuentro, es un camino largo y muchas veces pesado; con constancia e incluso ante la urgencia de la caridad que nos parezca pobre, nuestra generosidad y lenta nuestra acción ante la importancia de los que siguen caídos en el camino.
Sigue diciendo Francisco en la bula MV 15: “No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo”.
Ante este desafío del Encuentro no nos olvidemos de la prioridad diocesana: los jóvenes que no están en nuestras comunidades, su cuidado, acompañamiento, promoción, contención y animación.
Nuestro pueblo necesita de la verdadera paz fruto de la justicia, una justicia demasiado largamente esperada, que solo puede ser suplida con el amor, con la fe de nuestro pueblo que busca algo de consuelo en los santuarios, lugares de paz, de acogida, de oración, de silencio, de escucha, de bendición. Que este Santuario de la Catedral Basílica de nuestra querida diócesis de Lomas de Zamora se abra cada vez más a la contención, a la paciente artesanía del encuentro, al suave ungüento de la reconciliación, a la misteriosa transformación sanante de la adoración eucarística y al abrazo del hermano perdido, deprimido, dolorido y agobiado por la pesada cruz de una vida devastada y sin esperanza.
Hoy celebramos recordando tanta historia de gracia, misericordia, paz y bondad del Buen Dios para nuestro pueblo. Que María, Madre y Reina de la Paz, que preside esta Parroquia Catedral desde sus inicios, nos siga mirando con su ternura de Madre y animando a construir: Juntos una Iglesia, abierta, solidaria y misionera.
Mons. Jorge R. Lugones S.J.
Obispo de la Diócesis de Lomas de Zamora
Lomas de Zamora, 12 de octubre de 2015.-
El obispo diocesano, monseñor Jorge Lugones, presidió hace instantes una misa de acción de gracias, con motivo de los 150 años de la apertura y creación canónica como parroquia de la catedral Nuestra Señora de la Paz; por primera vez cientos de personas pudieron tocar la imagen de la Virgen, gracias a la estructura a modo de “pasarela” que se erigió.
La celebración -que contó con gran presencia de la Iglesia diocesana y de autoridades municipales- tuvo un momento particular, cuando se inhumaron en el templo los restos del primer obispo diocesano, monseñor Filemón Castellano, traídos de Córdoba para la ocasión; ahora la catedral tiene en su interior los restos de dos obispos; los otros son de monseñor Alejandro Schell, segundo obispo de la diócesis.
Homilía del Obispo
150º ANIVERSARIO DE LA ERECCIÓN CANÓNICA COMO PARROQUIA DE NUESTRA CATEDRAL BASÍLICA: ”NUESTRA SEÑORA DE LA PAZ”
(12 de octubre de 1865 - 12 de octubre de 2015)
Querida Comunidad Diocesana, peregrinos de otras diócesis, hermanas y hermanos:
Celebramos con alegría, con júbilo, este sesquicentenario de la Erección Canónica como Parroquia de Nuestra Catedral Basílica: Nuestra señora de la Paz. Damos gracias al Señor por su gran bondad. Para la Mayor Gloria de Dios.
La Iglesia pone en nuestros labios las palabras para alabar la bondad del Señor cuando, en el Gloria de la Misa, nos hace decir: “Te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor, por tu inmensa Gloria”.
Acción de Gracias por tantos años de engendrar y formar tantas generaciones de cristianos en nuestra Parroquia Madre. De ir consolidando y confirmando en la fe a tantos hermanos, a lo largo de la historia particular de los lomenses.
Dice San Ireneo que “la gloria de Dios es el viviente”: que el hombre viva. Imploramos al Señor de lo creado, que ha puesto al hombre como centro de toda la creación. “Como piedras vivas con las que se construye el templo espiritual” (1 Pe 1,2-5); y le damos gracias porque si bien hemos vivido dolorosos momentos como pueblo, acompañando la historia de la patria, también hemos crecido en nuestra conciencia solidaria y como discípulos para la misión.
“Para ser evangelizadores de alma -dice Francisco- también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente… La misión es una pasión por Jesús, pero al mismo tiempo, una pasión por su pueblo” (EG 268)
Todo acontecimiento que nos lleva a recordar nuestra historia y nuestras raíces como pueblo, tiene un contenido de enseñanza y de experiencia agradecida. Enseñanza para no repetir los errores, para saber mirar lo esencial y la experiencia que se puede convertir en sabiduría, es plena cuando se agradece, pues no sin la paternal Providencia de Dios podemos recordar, con gratitud, hoy este hito fundacional.
Poéticamente Monseñor Nicolás Lavolpe, pastor de esta diócesis, anudaba la vida y la fe de los primitivos lugareños que dejaron su simiente, cuando expresaba: “Antes que existieran las ciudades, los templos eran los que convocaban a la gente para agruparse. El altar exudó a la ciudad, así como desparrama células y engendra bosques una semilla”.
El lema elegido para esta celebración es: “Gracia, misericordia y paz: Juntos hacia una Iglesia abierta, solidaria y misionera”.
La Palabra de Dios, siempre antigua y siempre nueva, de la que han sido eco los parroquianos en este templo, hoy nos dice: “Dama elegida, Señora”. Así saluda Juan, a la comunidad de la cual no sabemos la ciudad, porque Elegida y Santa es la Iglesia, como son elegidos de Dios y santos los que la integran.
El apóstol expresa su deseo: “Reciban gracia, misericordia y paz de Dios Padre y de su Hijo Cristo Jesús, en verdad y amor”.
Me detengo en estas tres palabras de Juan: Gracia-Misericordia-Paz.
Decimos “Gracia”:
Gracia porque nos ha permitido que la “llena de Gracia” protegiera desde sus comienzos al “pueblo de la paz”, e intercediera ante su Hijo para alcanzarnos la paz fruto del Espíritu Santo, no solo para nuestro pueblo divido por la sangre derramada entre hermanos, sino también la paz a otros pueblos que sufrieron el azote de la guerra y vinieron a este templo, frente a esta imagen a implorar a Dios la paz, ante ¡la dolosa injusticia de la guerra!
Nuestra Parroquia Madre, erigida canónicamente hace ciento cincuenta años, tuvo desde sus comienzos que ponerse bajo el amparo de la Virgen y como ella frente a la cruz, junto a su Hijo, nos ayudó a abrazar el dolor, la postración y la humillación de pie: desde la designación del primer párroco, que cuenta la historia, que fue nombrado, pero no vino, hasta la dolorosa e inmediata postración física de su primer obispo, en plena juventud y con tanta tarea pastoral por delante y otros tuvieron que asumir con empeño el duro desafío misionero.
Nos recuerda el Papa: Recobremos y acrecentemos el fervor, “la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas… Y ojalá el mundo actual -que busca a veces con angustia, a veces con esperanza- pueda así recibir la Buena Nueva…” (EG 10)
El Evangelio de la Visitación que hemos escuchado nos presenta a María que, sin mirarse a si misma, sino atenta a las necesidades de los otros, va de camino inmediatamente a servir.
“Nuestra Señora de la prontitud”, Santa María Reina de la paz, llena de Gracia: alcánzanos del Señor el favor de ser una Iglesia misionera, que partamos el pan de la Palabra a todo hermano, especialmente, en las periferias geográficas de nuestros barrios verticales. Que de esta comunidad catedralicia se encienda la llama del anuncio, creativo, constante y confiado en la fuerza transformadora del Evangelio. Auxílianos en nuestro deseo de ser una Iglesia en salida: misionera, restaura nuestro cansancio, protégenos de todo peligro, especialmente el de la prepotencia, la comodidad y el mirarnos a nosotros mismos.
Misericordia
El papa Francisco en la bula de convocatoria al Jubileo (MV.2) nos dice: “Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados, no obstante, el límite de nuestro pecado”.
Misericordia ante las súplicas de tantas madres, con sus hijos en la miseria de las adicciones, víctimas de la trata de personas o de la violencia… sienten que el camino se hace cuesta arriba, como el del calvario y encima está la cruz de la soledad, de la indiferencia, del miedo, de las faltas de perdón.
Misericordia ante los anhelos de pastoral planificada de nuestra Iglesia diocesana. ¡Líbranos de la tentación de la autoreferencialidad, pues tampoco ella es extraña a la palabra de más, que divide, al individualismo que fragmenta, al derrotismo que agobia y a la exclusión que selecciona dentro del perímetro de sombra que proyecta el campanario.
Misericordia para nosotros, que lejos de las discriminaciones, del egoísmo y del aislamiento, podamos estar siempre del lado de los pobres y de la vida, en el punto donde nace, crece y muere. Misericordia en nuestras familias: que la tolerancia, el diálogo, el amor crucificado, la constancia y la ternura doméstica, hagan de ellas lugar privilegiado para construir una patria de hermanos: solícitos y comprometidos por el bien común.
Paz
Pidamos ser: “Artesanos del encuentro y constructores de la paz”. La paz es tarea de todos, pero se realiza “artesanalmente”, comenzando inmediatamente por cada uno de nosotros. La paz comienza por ti, se repite a menudo en los mensajes para la Jornada Mundial de la Paz; también el cuidado de la creación comienza por ti, y el encuentro con tu hermano empieza por ti.
Por eso ante “una sola y compleja crisis socio ambiental” (LS, 139), el cambio empieza por la responsabilidad de cada uno; sin una transformación en el corazón humano, no subsistirá ni la biosfera, ni el futuro del hombre. Hacerse artesanos del encuentro, es un camino largo y muchas veces pesado; con constancia e incluso ante la urgencia de la caridad que nos parezca pobre, nuestra generosidad y lenta nuestra acción ante la importancia de los que siguen caídos en el camino.
Sigue diciendo Francisco en la bula MV 15: “No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo”.
Ante este desafío del Encuentro no nos olvidemos de la prioridad diocesana: los jóvenes que no están en nuestras comunidades, su cuidado, acompañamiento, promoción, contención y animación.
Nuestro pueblo necesita de la verdadera paz fruto de la justicia, una justicia demasiado largamente esperada, que solo puede ser suplida con el amor, con la fe de nuestro pueblo que busca algo de consuelo en los santuarios, lugares de paz, de acogida, de oración, de silencio, de escucha, de bendición. Que este Santuario de la Catedral Basílica de nuestra querida diócesis de Lomas de Zamora se abra cada vez más a la contención, a la paciente artesanía del encuentro, al suave ungüento de la reconciliación, a la misteriosa transformación sanante de la adoración eucarística y al abrazo del hermano perdido, deprimido, dolorido y agobiado por la pesada cruz de una vida devastada y sin esperanza.
Hoy celebramos recordando tanta historia de gracia, misericordia, paz y bondad del Buen Dios para nuestro pueblo. Que María, Madre y Reina de la Paz, que preside esta Parroquia Catedral desde sus inicios, nos siga mirando con su ternura de Madre y animando a construir: Juntos una Iglesia, abierta, solidaria y misionera.
Mons. Jorge R. Lugones S.J.
Obispo de la Diócesis de Lomas de Zamora
Lomas de Zamora, 12 de octubre de 2015.-
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