Presidió el obispo el Tedeum por el Bicentenario de la Independencia
En el día de la conmemoración de los 200 años de la Declaración de la Independencia Argentina, el obispo diocesano, monseñor Jorge Lugones sj, presidió esta noche el Tedeum patrio en la catedral Nuestra Señora de la Paz.
Te deum en la catedral Nuestra Señora de la Paz
Bicentenario de la Independencia, 1816 - 9 de julio -2016
Te deum laudamus, con estas palabras: a ti Dios te alabamos, te damos gracias, queremos celebrar el bicentenario de la Declaración de la Independencia de nuestra patria.
Los obispos expresamos este año: Con renovado espíritu, queremos volver la mirada sobre aquella primera generación de argentinos, que interpretando un creciente sentimiento de libertad de los pueblos a quienes representaban, asumieron la grave responsabilidad de encauzar los ideales americanistas… En orden a confirmar sus consignas liberacionistas, se disponían a proclamar la independencia y asegurar la libertad, paso necesario para dejar de ser considerados una colonia insurgente, y llegar a ser una Nación independiente y libre de España «y de toda otra dominación extranjera», solidarizándose con los ideales de otros estados que surgían con la misma vocación. José de San Martín, Manuel Belgrano, Martín Miguel de Güemes y tantos otros Padres de la Patria animaron incondicionalmente a los congresales y cifraron su esperanza en aquel Congreso soberano .
Si bien aún no quedó consolidada la Independencia, su declaración nos abrió camino para que naciera y se formara un nuevo pueblo: «América, integrada políticamente a España, no fue una mera repetición cultural, ni de España ni de las culturas precolombinas. Nació y se formó un nuevo pueblo. Y así en la conciencia de esta nueva y propia identidad, en la conciencia común y solidaria de una propia dignidad que se expresa en el espíritu de libertad, se preparó, ya desde entonces, el principio de la futura independencia» .
En esta trayectoria de doscientos años nos hemos consolidado como pueblo. Hoy todavía escuchamos expresiones encontradas que consideran inexistente la categoría de pueblo y tienen un prejuicio con todo lo que sea cultura popular y con otras formas directas de participación ciudadana.
Reconocemos que una democracia sana supone la participación de todo el pueblo: la inclusión, la integración que implica, dar oportunidad, ser corresponsable. Es una responsabilidad y un compromiso de todos, en especial de los dirigentes. El Papa Francisco nos lo recuerda, diciendo: “Quien tiene los medios para vivir una vida digna, en lugar de preocuparse por sus privilegios, debe tratar de ayudar a los más pobres para que puedan acceder también a una condición de vida acorde con la dignidad humana, mediante el desarrollo de su potencial La integración hace a la persona protagonista desde su propia dignidad e implica el derecho al trabajo, la propiedad de la tierra y un techo habitable. Esto está muy lejos de un protagonismo economicista devastador, que impone sin ninguna ética su dominio absoluto, humano, cultural, económico y social” .
En estas últimas décadas la Iglesia ha sentido la necesidad de exhortar a los laicos a comprometerse en la construcción de la ciudad temporal. Hoy diría, necesitamos dirigentes con vocación política y sensibilidad popular. Se hace urgente una presencia más directa y específica del laico cristiano en la sociedad para la promoción de la persona y del bien común. Recuperando lo político como “expresión simbólica de la vida en común”, ritual de reconocimiento reciproco en una historia familiar y en una identidad colectiva (donde la lucha por la democracia como estilo de vida y sistema de gobierno no termina allí, sino que se transforma también en una lucha por la inalienable dignidad de la persona humana) es, entonces, cuando la política recobra su sentido más profundo y menos instrumental e inmediatista, en una concepción clásica y cristiana, como aquello que -al decir de Aristóteles- “hace al hombre más bueno .
El principio de la dignidad de la persona humana, con los derechos fundamentales que le pertenecen antecedentemente a toda situación social; el principio de la subsidiaridad, que concierne los derechos y la competencia de toda la comunidad; el principio de la solidaridad, que postula el equilibrio entre los más débiles y los más fuertes, constituyen en verdad como las columnas de la nueva sociedad que se debe construir. A los laicos les corresponde ordenar las realidades temporales según la voluntad de Dios, en el vasto campo de la cultura, de la vida económica y social y de la acción política.
Deseamos trabajar en este “encuentro fraterno de los argentinos”. Para ello es necesario animarnos con un compromiso real a descubrir los rostros de los hermanos que hoy en nuestra patria viven sin esperanza. Sea cual sea su condición social. Deseamos volver a sentirnos prójimo, y en nuestra condición de creyentes vivimos la dimensión social de la fe, pero necesitamos abrirnos a la dimensión social de la misericordia, este es el camino de corresponsabilidad para recrear la esperanza.
El evangelio nos propone abrirnos a la projimidad, y en la figura del caído del camino, socorrer a los heridos de hoy y hacernos samaritanos de la vida para aliviar el peso de la carga del más débil, ante esa cruz solidaria en casa y en la familia, en el barrio y en la escuela, en el trabajo, en el hospital, frente a los poderosos del sistema que no quieren ver: la desigualdad de oportunidades, la violencia inhumana o la oscura soledad que padecen tantos ancianos, enfermos, mujeres maltratadas, niños, adolescentes y jóvenes en soledad y sin amor…
No podemos olvidar que hemos recibido la patria como don, pero tenemos que ocuparnos de la Nación como tarea. Conformamos una sola nación con nuestro vasto territorio en diversidad regional. Necesitamos un sano y real federalismo. La Argentina del Bicentenario pide una mirada que alcance a las distintas realidades que la habitan y componen. El bien común de la patria amada, de todos y cada uno de los argentinos, nos exige conocer las necesidades concretas y postergadas de las distintas regiones de nuestro país .
Virgen de Luján, patrona de nuestra patria, unidos estamos bajo el celeste y blanco de nuestra bandera y los colores de tu manto, hoy te celebramos desde este humilde lugar, bajo la advocación de la Paz, ante esta cátedra histórica del antiguo Pueblo de la Paz; vos socorriste a quienes a Ti acudieron para que los libraras de derramar más sangre entre argentinos en las fratricidas luchas intestinas del siglo de la independencia; queremos decirte que hoy falta el pan material en muchas casas, pero también falta el pan de la verdad y la justicia en muchas mentes. Falta el pan del amor entre hermanos y falta el pan de Jesús en los corazones. Hoy te pedimos por Argentina, por nuestro pueblo, ilumina nuestra esperanza consoladora de su pueblo, mujer atenta y solidaria, consolida nuestra autenticidad de creyentes para que, viviendo la dimensión social de la fe, nos comprometamos más cada día a vivir la dimensión social de la misericordia.- +
Mons. Jorge Lugones sj
Obispo de la Diócesis de Lomas de Zamora
En el día de la conmemoración de los 200 años de la Declaración de la Independencia Argentina, el obispo diocesano, monseñor Jorge Lugones sj, presidió esta noche el Tedeum patrio en la catedral Nuestra Señora de la Paz.
Te deum en la catedral Nuestra Señora de la Paz
Bicentenario de la Independencia, 1816 - 9 de julio -2016
Te deum laudamus, con estas palabras: a ti Dios te alabamos, te damos gracias, queremos celebrar el bicentenario de la Declaración de la Independencia de nuestra patria.
Los obispos expresamos este año: Con renovado espíritu, queremos volver la mirada sobre aquella primera generación de argentinos, que interpretando un creciente sentimiento de libertad de los pueblos a quienes representaban, asumieron la grave responsabilidad de encauzar los ideales americanistas… En orden a confirmar sus consignas liberacionistas, se disponían a proclamar la independencia y asegurar la libertad, paso necesario para dejar de ser considerados una colonia insurgente, y llegar a ser una Nación independiente y libre de España «y de toda otra dominación extranjera», solidarizándose con los ideales de otros estados que surgían con la misma vocación. José de San Martín, Manuel Belgrano, Martín Miguel de Güemes y tantos otros Padres de la Patria animaron incondicionalmente a los congresales y cifraron su esperanza en aquel Congreso soberano .
Si bien aún no quedó consolidada la Independencia, su declaración nos abrió camino para que naciera y se formara un nuevo pueblo: «América, integrada políticamente a España, no fue una mera repetición cultural, ni de España ni de las culturas precolombinas. Nació y se formó un nuevo pueblo. Y así en la conciencia de esta nueva y propia identidad, en la conciencia común y solidaria de una propia dignidad que se expresa en el espíritu de libertad, se preparó, ya desde entonces, el principio de la futura independencia» .
En esta trayectoria de doscientos años nos hemos consolidado como pueblo. Hoy todavía escuchamos expresiones encontradas que consideran inexistente la categoría de pueblo y tienen un prejuicio con todo lo que sea cultura popular y con otras formas directas de participación ciudadana.
Reconocemos que una democracia sana supone la participación de todo el pueblo: la inclusión, la integración que implica, dar oportunidad, ser corresponsable. Es una responsabilidad y un compromiso de todos, en especial de los dirigentes. El Papa Francisco nos lo recuerda, diciendo: “Quien tiene los medios para vivir una vida digna, en lugar de preocuparse por sus privilegios, debe tratar de ayudar a los más pobres para que puedan acceder también a una condición de vida acorde con la dignidad humana, mediante el desarrollo de su potencial La integración hace a la persona protagonista desde su propia dignidad e implica el derecho al trabajo, la propiedad de la tierra y un techo habitable. Esto está muy lejos de un protagonismo economicista devastador, que impone sin ninguna ética su dominio absoluto, humano, cultural, económico y social” .
En estas últimas décadas la Iglesia ha sentido la necesidad de exhortar a los laicos a comprometerse en la construcción de la ciudad temporal. Hoy diría, necesitamos dirigentes con vocación política y sensibilidad popular. Se hace urgente una presencia más directa y específica del laico cristiano en la sociedad para la promoción de la persona y del bien común. Recuperando lo político como “expresión simbólica de la vida en común”, ritual de reconocimiento reciproco en una historia familiar y en una identidad colectiva (donde la lucha por la democracia como estilo de vida y sistema de gobierno no termina allí, sino que se transforma también en una lucha por la inalienable dignidad de la persona humana) es, entonces, cuando la política recobra su sentido más profundo y menos instrumental e inmediatista, en una concepción clásica y cristiana, como aquello que -al decir de Aristóteles- “hace al hombre más bueno .
El principio de la dignidad de la persona humana, con los derechos fundamentales que le pertenecen antecedentemente a toda situación social; el principio de la subsidiaridad, que concierne los derechos y la competencia de toda la comunidad; el principio de la solidaridad, que postula el equilibrio entre los más débiles y los más fuertes, constituyen en verdad como las columnas de la nueva sociedad que se debe construir. A los laicos les corresponde ordenar las realidades temporales según la voluntad de Dios, en el vasto campo de la cultura, de la vida económica y social y de la acción política.
Deseamos trabajar en este “encuentro fraterno de los argentinos”. Para ello es necesario animarnos con un compromiso real a descubrir los rostros de los hermanos que hoy en nuestra patria viven sin esperanza. Sea cual sea su condición social. Deseamos volver a sentirnos prójimo, y en nuestra condición de creyentes vivimos la dimensión social de la fe, pero necesitamos abrirnos a la dimensión social de la misericordia, este es el camino de corresponsabilidad para recrear la esperanza.
El evangelio nos propone abrirnos a la projimidad, y en la figura del caído del camino, socorrer a los heridos de hoy y hacernos samaritanos de la vida para aliviar el peso de la carga del más débil, ante esa cruz solidaria en casa y en la familia, en el barrio y en la escuela, en el trabajo, en el hospital, frente a los poderosos del sistema que no quieren ver: la desigualdad de oportunidades, la violencia inhumana o la oscura soledad que padecen tantos ancianos, enfermos, mujeres maltratadas, niños, adolescentes y jóvenes en soledad y sin amor…
No podemos olvidar que hemos recibido la patria como don, pero tenemos que ocuparnos de la Nación como tarea. Conformamos una sola nación con nuestro vasto territorio en diversidad regional. Necesitamos un sano y real federalismo. La Argentina del Bicentenario pide una mirada que alcance a las distintas realidades que la habitan y componen. El bien común de la patria amada, de todos y cada uno de los argentinos, nos exige conocer las necesidades concretas y postergadas de las distintas regiones de nuestro país .
Virgen de Luján, patrona de nuestra patria, unidos estamos bajo el celeste y blanco de nuestra bandera y los colores de tu manto, hoy te celebramos desde este humilde lugar, bajo la advocación de la Paz, ante esta cátedra histórica del antiguo Pueblo de la Paz; vos socorriste a quienes a Ti acudieron para que los libraras de derramar más sangre entre argentinos en las fratricidas luchas intestinas del siglo de la independencia; queremos decirte que hoy falta el pan material en muchas casas, pero también falta el pan de la verdad y la justicia en muchas mentes. Falta el pan del amor entre hermanos y falta el pan de Jesús en los corazones. Hoy te pedimos por Argentina, por nuestro pueblo, ilumina nuestra esperanza consoladora de su pueblo, mujer atenta y solidaria, consolida nuestra autenticidad de creyentes para que, viviendo la dimensión social de la fe, nos comprometamos más cada día a vivir la dimensión social de la misericordia.- +
Mons. Jorge Lugones sj
Obispo de la Diócesis de Lomas de Zamora
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